
A veces la nostalgia se toma tu nombre:
cada día el mar me dice que añoras el vértigo de amarnos en este precipicio
que se abre a la impaciencia de ser uno y más,
tal como la luna corretea bruma y rocío en sus mareas
y termina plasmándose de cómplice en una vorágine de estrellas.
Perdóname la lluvia, los terremotos, los meteoritos.
Perdóname el amor, la devoción, la conversación, el interés.
Perdóname por poseer una sola vida,
por carecer de la profundidad de los escribas y los poetas,
de no tener de mi lado las palabras que quieres escuchar.
Somos la sombra oscura que deja la huella fiel
de un carboncillo sobre una hoja blanca,
somos la textura de negros matices que deja una mano impasible,
que dibuja un destino de sonrisas o de lágrimas sobre nuestros rostros,
llorando, sintiendo, viviendo que tus ojos lo sienten,
así como secándose el tiempo y muriendo infinita la distancia.
Un día empecé a preguntarme cómo sería tu andar,
tu sonrisa, tu voz, la cadencia profunda de tu corazón,
los aromas de tu aura, los sabores de tu piel,
todas aquellas cosas de ti
que la bruma de la distancia parece esconder
con el desdén de un abismo insondable,
y descubrí qué estás tatuada a mi espíritu, absolutamente,
como la exactitud marca el diapasón que despierta toda esta sensación
de amar.
Las letras que no respondo son el silencio de lo que quiero amar, sí:
sabes que si te sueño te perderé al despertar.
Hoy, los amores lejanos, como despojos carentes de olvido,
se hicieron perennes e imposibles en la turbación descontrolada
de las palabras y del deseo,
y yo, sin ser el peor de los hombres, lo soy:
tendrás que descubrirlo alguna vez,
cuando mis palabras te desnuden con la eficiencia del ansia
y la dislocación que es negar que la soledad
se viste elegantemente invisible.
Si mis dedos fueran tu piel, y mis manos tu cuerpo,
si mi torso fuese tu abrigo y mi abrazo tu hogar,
yo sería un sueño en tu dormir,
y tú la quimera de mi existencia,
y la vida vacía sin estrellas,
y la noche sin oscuridad,
yo sería un verso invisible en tus ojos,
leyéndome silenciosa en el olvido.
Sí, leernos, que sea una pasión,
de esas que desbordan las mareas,
de aquellas que provocan que el otoño desnude indefenso sus hojas,
así descascarándonos, despojándonos,
precisamente humedeciéndonos, fundiéndonos,
hiriéndonos como la piel que muere desfallecida
después de tocarse en el torrente del orgasmo
y de fundirse en los sentires profundos de una mirada que, altiva,
esquiva e inclemente,
no es más que la timidez de adivinar tus ojos.
Dejaría mis días y mis palabras agotarse débil y febrilmente
en la total tortura de la intemperie,
si tus noches humedecieran sin mesura
la intensa sequedad de mi cuerpo:
déjame ser tu pecho, el oxígeno de tu sangre,
la porosidad de tu piel, el regalo salino que humedece de ti
todo el sentido de pérdida de mi propio cuerpo,
la noción de bondad,
la privacidad de la ternura de mis dedos buscándote
en la propia convicción de la carne,
sabiendo que mi itinerario inicia en ti:
¿qué habría sido del mundo si uno de nosotros hubiese negado
el impulso de amar,
de volar, de descubrir el fuego y la palabra escrita,
de aventurarse por primera vez en el universo
y ver su rostro reflejado en las estrellas?
Susurraré tu nombre en la cantera de mis palabras
para que el viento lo eleve sin más ataduras
que la sola entonación de mi voz,
y si no hubiese infinito en el acto de perderte,
y si amarte no tuviese que ver con estar vivo,
y si esa noche te hubiese pedido te quedaras conmigo por siempre,
y si hubiese nacido en vez de haber muerto,
y si pudiera decirte lo que siento en vez de decir lo siento,
y si ese beso fuera eterno
y tú fueras mía
y yo pudiese abrazarte ahora,
olvidándolo todo en una neblina que desmienta mi escisión de ser,
mi sentido de transcender, de permanecer despierto,
de amar para testificar que ésta sola existencia,
es la ocasión finita y apropiada de fusionar en una sola palabra
mi ímpetu con tu vida, tu historia con mi destino,
mi singularidad con tu complejidad,
la simplicidad de desear resolverlo todo así,
en una partitura que resuma lo que no sé decir:
si solo alimentarse fuese tocarte,
si solo respirar fuese bailar contigo,
si solo caminar fuese un tránsito diáfano para estrecharnos bajo las libélulas,
si solo vivir fuese tan simple como amarte,
algo tan sencillo como escribir tu nombre.
—–
Alejandro Cifuentes-Lucic © Catalejo 2011
El Color de la Lluvia – 2011 [Borrador]
Fotografía: “Perfect”. Obra original de Tea Lucic (Belgrado, Serbia). Usado con permiso expreso de la autora. Todos los derechos reservados ©.
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