Ecos (1986)
Tengo en mi mano, la mitad de un hilo proverbial, muerto, por un golpe de mano.
Alguna vez, del todo, blandió en sus dedos, el ocaso de tus sienes.
Viejas y desempolvadas creencias, sueños posibles, sentires de esta vida que mueren en el estuario de esta parodia, el erario de lo imposible, la realidad de la malicia.
No hay quimera en este conflicto que yace profundo, como el subtexto surgido de la brea de mi corazón, borra triste que exime mi risa rota del encanto de la duda, de la translación pura y cándida, la castración perenne y seca.
Eres realmente una flor abierta y frágil que mece un viento terco y persistente. Surges en mi arboladura. Te adhieres a mi filamento. Concluyes en las hojas del vasto cielo que escarlata el horizonte.
Extraño. Después del fin, se destacan nuevos comienzos. Tiembla el mundo, se oscurece la luz, se abre la herida con ese dolor permanente que esa entrega que adviertes con los ojos clavados en la soga que mece tu cuerpo.
Llévame a amar de formas insospechadas. Ámame o mátame.
Mi amor facilita el instante, bello. Y bello es el momento en ciernes. Cierra los ojos. Olvida todo. Crudo destino, azar encrespado, amor eclipsado, muerte trenzada en un cruce de cuerpos.
Mi empeño se mueve hacia ti como el puñal que traspasa la carne, que cercena el tejido, que interrumpe el vivo latido que erosiona el olvido ¿Eres sueño?
Ahora soy el viento que se confronta a tu efigie de dragón, esfinge de mujer. Mi pequeña fuerza y tu gran fuerza. La sangre y la decisión. La incertidumbre y la sabiduría.
Mis manos abiertas acarician tu cuerpo esclarecido por los colores del amanecer, pletórico de los albores de la porcelana, de los olores de madera y de manzana que imagino perdido en la voracidad de musgo suave. Me he dormido junto a tu carne tibia, fundiéndome en el regazo de este puerto sin abrigo.
Indiferencia. El puñal arrogante. El desnudo aterido por la zozobra del día. Frío. Invierno. No hay leños que quemar ni palabras que escribir: es la sequía colapsando en mi interior. Nieva en el corazón, mientras se desarma el alma en un llanto extremo y perpetuo.
El sopor se constituye en mi aliento en esta constelación de mil noches negras, que anochecen en una multitud de flores muertas, en el jardín lacerado por la cal que agrieta de sangre mi interior: el sabor del mar que se muere sin tu amor.
Alejandro Cifuentes-Lucic © Catalejo 2013
Versos Sueltos (1986)
Original vía El Rumor de la Caracola
Fotografía: Marijana Lucic. Usada por cortesía de la artista.