Se abre la vida,
Se abre la muerte,
Se abre la tierra,
Se abre el mar,
Se abren los secretos.
Somos la marea de doscientas generaciones.
El despertar acumulado de nuestra memoria inconclusa e incómoda.
El destello en la noche que indica el camino, que lo inicia.
La oscuridad total que ciega la razón, por la fuerza.
La voluntad de domar el mar, el desierto, los valles, los bosques y los hielos.
La huella en la piedra. La piedra arrasada. La huella suprema.
Eso somos.
La complejidad de la sangre, la mezcla, el crisol imperfecto:
la mirada altanera y aquella turbia también,
la turba, el descontrol, la vergüenza que nos separa,
la solidaridad, el amor, la entrega que nos une,
la unidad que encara el destino.
Somos el empuje de los conquistadores, los mapuche, los criollos, los patriotas.
La sangre de la juventud. Roja. Vertida. Regada. Perdida. Caída. En cada movimiento.
Somos también la vergüenza de cada porción de una historia de oscuridad
que sembró de muertos nuestro oscurantismo naturalizado de discriminación,
de una resquebrajada intolerancia.
Somos la forja,
la fragua de Chile,
el metal de las voces,
la acería de las palabras.
Una nación de mujeres y hombres ungidos en la mezquindad
y en la grandeza de la reyerta y la bondad.
La marea que somos.
Nos levantaremos.
Mil veces nos levantaremos.
Alejandro Cifuentes-Lucic © Catalejo 2010
Fotografía: Prensa Diario La Nación, Chile (29 de febrero de 2010).