Este es mi país,
yo no soy mi país,
este no es mi país,
yo soy mi país.

No dejo de pensar en ti:
en lo que hicimos, en lo perdido,
en lo ancestral, lo meridiano, lo ocasional,
en lo por hacer, lo por perder,
la muerte, el tropel, el héroe, la estocada, la órbita de nada.

Mi país es la nación que sangra irremediable
y yo sangro en los ojos perforados que perduran detrás de la alambrada,
desvencijados ellos, manatiados por el escarnio del arrogante, la flema del oprobioso,
el cáncer del depresor, el honor del baluarte, la pértiga del pordiosero,
la casa de la mansedumbre, la gala del vociferante, la furia de los hambrientos,
el somnoliento festín de los sacrificados, los muertos a secar, los muros mohosos,
el respirar de piedra, la antología de torturar,
de matar, de rapiñar, de violar la propia tierra,
el sedimento de la razón, la fuerza de lo evitable, la culpa del sacrificio,
la risa del moribundo, las lágrimas del atado de manos, del de los pies pulverizados,
el ciego, el conductor, el vidente, el intencionado, el brusco, el arrepentido,
la sangre que mancha el himno de las edades, las generaciones ardientes y delirantes,
y sus degeneraciones desbocadas en cada beso oxidado por los labios y los siglos,
en los gestos impropios de la guerra, del exterminio, el canto y la disculpa,
la justificación suprema al decir este es mi país.

Lo somos, mi país, el tuyo, el mío, oeste, el mismo, el de nosotros:
perdidos, comediantes, abusivos, infractores, remolones,
infelices, infieles, mentirosos, veleidosos, racistas, encomenderos,
entusiastas, mojigatos y embusteros,
hidalgos y pordioseros, la misma nata y suerte.

El país que lo perdona, que lo manda, que lo obliga,
que lo hace suicida, filicida, el sublime matador,
la gesta reluctante, el gesto belicoso, el gasto aumentado en la perfidia,
la grasa libertaria hervida y febril, descompuesta en los libros infantiles,
la codicia militar ganada en las batallas sin sangre de las mesas estratégicas,
la piadosa mentira de la literal penetración eclesiástica, tan angelical,
la moral por excelencia y por indecencia, pero por siempre, la moral
la universidad sin universalidad, alocución, alma o rector,
la justicia que no abunda pero daña, ciega, decrépita e inmoral
la santa excentricidad de cada día, todas las noches.

Mi país y yo somos uno:
uno que se va al infierno.

Alejandro Cifuentes-Lucic © Catalejo 2010

El Color de la Lluvia – 2011 [Borrador]

Fotografía: “Desvencijado”.
Original de Marie Pain (Lugar de los Coyotes, Mexico City, Mexico).
Usado con permiso de la autora.
Todos los derechos reservados ©.


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