El hermoso bosquejo de tu nombre

1

Nada que resolver. Aquí.
Te dejo toda la sal de mi cuerpo:
mi savia, mis lágrimas y mi esperma,
mi sangre entera y mis huesos,
la última ofrenda que puedo dar,
desnudo para ti, sin nada que probar, robar o mentir,
así de despojado en tu mundo sin reglas,
en tu casa de otras reglas, las iluminadas,
encendidas por la corroída ralea de adargas y cunas de acero,
el hombre de ceño adusto juzgando lo que no siente,
las dudas y deudas constantes e inexactas de la historia,
la conservación de la casta y de la pulcra vanidad incivilizada,
la esclavitud determinada, la oferta de ser útil, entregada, castigada, abnegada, la puta mascarada,
la pecadora sin nombre, la que nunca aprenderá, la mujer que le teme a la libertad.

2

Nada que resolver. Ahora.
No dejo de pensar en el hermoso nombre que portas en la declaración de mis ojos,
la flor inmaterial que ayudé a procrear desde la húmeda sensación de amarse,
muda, enceguecida, enfurecida en el deseo abierto y ruborizado del virgo de tu cuerpo,
la cosecha más adultera, la fricción más profusa, desatada, única
la ansiosa profundidad de las miradas eternas
que besan de pasión viva el abrazo que nos une en el secreto, en el amor,
en la sincera raíz de la tristeza que empaña esta historia de amantes.

3

Nada que decir. Un instante. Ese.
Podría susurrar tu nombre en el éter, decirlo así, simple,
como un murmullo suave desenvuelto en mi boca,
podría besar tus labios con un roce imperceptible, alígero,
como una escurridiza presencia invisible, fantasmal, inexistente,
como el eco distante que nos separa esta noche de todas las noches, siempre,
y del recuerdo de entregarse solo con el miedo de la veracidad,
de ir construyendo mundos y estrellas, santuarios y refugios,
ritos, certidumbres, complicidades, gestos, suspiros y costumbres,
por sobre la zozobra desmedida de esta historia condenada a fenecer y renacer cada mañana.

4

Nada que decir. Hoy.
Acaso no es la propia lluvia que te acaricia,
en esta remota indecisión que anuda ciega las manos,
la misma que me niega enérgica el rocío de tus ojos,
en este dantesco desierto vacuo y muerto en el que vivo.
Si un millón de veces puedo decir tu nombre hasta transformarlo
en la voraz jauría que desangra mi corazón,
si irreparablemente pierdo así el sentido, amándote,
habrá sido siempre la mejor perdida.

5

Nada que decir, y decirlo,
solo quemar el nido, y hacerlo:
volverlo negro e inmaculado,
olvidar las migajas,
la calma tempestuosa,
la vida que queda,
nada que hacer.
No me atrevo a borrar el bosquejo de tus ojos bajo la luna,
me quedo en la decisión de amarte,
perdido en el hermoso nombre que yo mismo escribí en acertijos de ti.

Alejandro Cifuentes-Lucic © Catalejo 2010
Original de El Color de la Lluvia – 2011

Fotografía: “Adriana Reid”.
Original de Adriana Reid (México).
Usado con permiso de la autora.
Todos los derechos reservados ©.

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3 respuestas a “El hermoso bosquejo de tu nombre”

  1. La lluvia que no se cansa es el beso monótono de los desenamorados, pero también la melancolía hecha relato tras la pantalla de las ventanas y la lágrima merecida por el verano sepultado.

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  2. El nombre que se pronuncia letra a letra, como la lluvia que cae, gota a gota. Y aún así, se pronuncia sin decir, como si la lluvia fuese imaginada en tiempos de sequía, en el medio del desierto.
    Una entrega total, de carne, de huesos, de sangre, de lágrimas en un poema que duele, que grita, que rasga, que araña la piel y los sentidos. El eco de todas las noches que se torna en canto de aves al amanecer, cada amanecer.
    Tus palabras, Alejandro, construyen, gritan, susurran, derriban.
    Te abrazo.

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