I
Te ruego y la boca me sabe plúmbea como un reguero de sangre ocre, seca,
latiendo gota a gota como el adormecido resuello del sacrificado en la invocación de la muerte:
derramarse en la degradación de la sublimidad,
mirando el reflejo de tus ojos oscuros en un espejo fragmentado por nuestra sedosa desnudez,
perderse en la furia de la posesión recíproca,
evidencia que actúa como el prodigio incesante que es la fiebre de amarse.
II
Resulta que me quedó el alma lánguida después de amarte tanto, acabando dolorida
y enjugada al descubrir que nuestros fluidos no se resecan con la dureza de una despedida,
ni que los poros dejan de respirar la sal de tu sudor mientras desapareces en el ensalmo del tiempo,
la breve travesía de navegar por tus adentros con la nervadura incendiando todo rastro de vergüenza.
III
Que me queda de esta desventura de entregarse con los ojos ciegos, vendados, y el corazón derrapado,
de lanzarse atado al precipicio de tu abrazo cautivante,
sin saber si existirá la posibilidad de redimirnos mañana con un beso al despertar,
la alternativa de no apuñalar los sueños que una forzosa tríada del destino
hace desfallecer más por tradición que por cobardía, la tribulación de todas las culpas.
IV
Queda de esta noche un lazo rojo, una fotografía borrosa,
una constelación de recuerdos, el roce latente de tu beso en mi piel
y en mi memoria, taladrándome los sentimientos, el aroma de tu cuerpo evaporándose bendito en la alcoba,
mientras mi apetencia solo termina por abrazar la inconmensurable soledad
que descubro en la miríada de tu ausencia,
en la desgracia de no poder dilatar aún más, antes de tu huída, lo que queda de esta conversación.
Alejandro Cifuentes-Lucic © 2010 / Libro E
Photograph: “Metiendo la pata” – Original by Lorena Cejudo (Riviera Maya, México). Artwork used with permission.