Llega el sosiego en la noche finita
provocando el grito oculto de toda posesión:
conoces el modo perfecto, la solución concisa
para mover el gran ajedrez de vivir o morir, dañándolo todo.

Una marea grotesca inunda la pesada traslación de la luna,
con la densa habilidad de tu mente de surtidor, dispersa, tersa,
refugio de un temple marchito, templo de la luz de las ideas,
maldición del ruego del que pide, silente, solo.

Tropiezas en tu propio regazo amenazador, calmo, desnudo y feroz,
mórbido, descalzo, cansado de tantas tropelías, cazador penitente,
abandonado a lo peor de toda oscura y sangrienta concesión:
no cejas de volver y exiges libertad para vivir sumergido en la calma de tu propia trampa.

Me apuntas decidida con los dedos abiertos de la mano, desinhibida,
y torturas las palabras que muertas y secas agrietaron el rumor de los océanos estelares:
no sabes de qué hablar y callas lo esencial, mustia, fría, inflexible, ausente,
incendiando mi rostro con tu boca desmedida por la intensidad de la prosa del fuego.

Me aplastas contra el muro granítico de tu cuerpo hendido de cicatrices,
lamiéndome con la saliva tibia de tu pozo arañado por tantos desamores,
exterminando el profundo dolor que impide la esperanza del amanecer,
de morir despierta, desposada por la ceremonia vital, la falsa entrega, la absoluta desolación.

Alejandro Cifuentes-Lucic © Catalejo 2010
Original de 1985 en Incursiones. Del amor y otras mecánicas. Segundo Libro.

Fotografía: “Ángel del atardecer”.
Original de Marie Pain (Lugar de los Coyotes, Mexico City, Mexico).
Usado con permiso de la autora.
Todos los derechos reservados ©.