Simples emociones

(Extracto de una misiva a una esposa por llegar)

Frente a frente,
el semblante de sí misma pálido, quebrado,
delgado, transparente, fantasmal,
resumido como una hoja de papel ajado profanado por la tinta.

Semblante triste,
hora profunda,
virtud perdida,
petrificado en los latidos pausados de las manecillas sin reloj,
revive mustia,
profusa y callada,
caminando en extenso las horas cuajadas de materia ennegrecida,
embrionaria, punzante,
dispuesta, entregada,
reptando desde el origen de su sentido a la luz que cosecha ciegamente,
recoge, siembra
se esconde, se levanta,
extendiendo los pasos presenciados por doquier,
invisibilizados y dormidos.

Su rostro interior, de cal,
se desintegra en la totalidad del olvido,
sobrecogiéndose de lágrimas que ruedan desbocadas como andanzas tristes,
avizorando en el horizonte el aroma del amor lastimado, sus cicatrices,
en cada página de un libro el polvo parece multiplicar las ausencias,
mientras el eco golpetea las murallas de su corazón cercado, oculto,
disipando las horas en una voraz prosecución de los asuntos olvidados,
el caudal sin fin, el dolor infinito.

Se emociona leyendo a pedazos esta misiva por llegar:
viendo su reflejo partido en la silueta de un agrietado espejo,
mirando una guitarra de greda dormida en el sueño de un rincón,
recreando un año adormilado por las esquirlas profundas de la tristeza,
escuchando el aullido pedregoso de la noche alucinante que galopa en las estrellas,
recordando la lluvia clavarse en la ventana que mira a ultramar desde el oeste,
palpando en sus labios el rumor de futuros besos de hombres que no la amarán,
contemplándose vestida con las fustas de los años de mujer que se anidan en sus sienes,
olvidando la presencia del perfume marino que retoca de placer los viejos sentires,
confundiéndose con mis ojos que vienen a tomarla desde lejos en la alucinación del tiempo,
preguntándome si la esperaré mientras la noche avisa lenta que no escribo rimas exactas
entre las líneas de los verbos impacientes que saturan estos versos impacientes,
que dominan en sus manos los trazos inciertos del presente y del futuro,
la historia que no llega, la verdad que no existe.

Sus rostro enjugado de lágrimas conquista sutilmente el manto concedido por la siembra
muerta que yace enjuta en la propia sombra que nace de ella,
crispado alumbramiento, iluminación de simplezas y de emancipación.
Mece frente a su mirada,
la libertad que nada en su vientre,
los presagios incipientes de nombres de madera, sal,
hombre o mujer,
destino, fragua, desdén.
Ya es tarde para regresar por el sendero del desamor,
de los amores olvidades, de los amores venideros,
ya es tarde para albergar la fuerza insistente que deberá brotar de un golpe,
para doblegar la decisión de doblegar el timón,
de adulterar lo escrito,
de someter mi decir.

____
Alejandro Cifuentes-Lucic © Catalejo 2010
Incursiones. Del amor y otras mecánicas. Segundo Libro.
Original de 1992
Fotografía: «Atardecer» – Obra del autor ©.

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