Amores de corsario

Coplas Arrítmicas

No tuve amores
adolescentes,
todos fueron de agudos
y caústicos dolores.
Tuve muchos amores
ya de hombre
-eso dicen-,
pero no todos lo fueron
en realidad.
Hoy tengo un gran amor
de adulto:
quizás;
acaso, no lo merezca.

Pero no puedo volver
a la pereza de la adolescencia
en materia de amores
ni abrirme a la seducción
irrefrenable
de mi edad de conquistador,
ese claroscuro,
melancólico
e irresistible seductor
blandiendo espadas
y escaramuzas en todos los mares
(incluso en uno que otro charco),
imperiosa pericia
que solo ha traído a este mundo
desolación y descontento,
desamor y saqueo,
al final,
mucho dolor adolescente,
pero un millón más
de leguas recorridas, comodoro.

Ya estoy muy viejo
como para recrear mis célebres
calaveradas de corsario,
aunque me sienta jovial
y licencioso para corretear
por los techos
esquivando las balas
de un marido celoso
o darte a ti, mi dulce dama,
una nochecita
-más corta eso sí-
con algo más que unas buenas
cosquillas:
no se me ha secado
el palo mayor
ni la brisa salada
me ha sido esquiva:
mis velas aún rebosan
de la cálida estatura de mi osamenta,
de mi velamen enhiesto,
y el trinquete sigue firme,
juguetón y justiciero,
con un buen par de cofas
y cabrestantes.
A fin de cuentas,
a barlovento,
aún disparan mis cañones
-a discreción, sí,
la edad madura permite esto-
pero, ¡ay!, de los fuertes
que sorprenda con la guardia dormida:
sus centinelas no podrán tocar generala
en muchos días.

Alejandro Cifuentes-Lucic © Catalejo 2010
Fotografía «Pirates word», original de Craig Mullins

@CifuentesLucic

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