Debes considerar seriamente la posibilidad que, después de esa mirada, todo sea diferente.
Y he intentado dejar de mirarte, sí, al extremo de perder la compostura en la suma de todos estos momentos. Pero aquí me tienes de nuevo, atravesándote la mirada con mis ojos pardos, casi negros.
No ha dejado de perseguirme, esa cálida fogosidad de tu existencia: me he hecho presa fácil de tu embrujo, de las sinuosidades de tu ser: finalmente terminé siendo un aprendiz en esta historia de conquistas, de juegos, de derrotas, de espejismos.
Sin embargo, iluminas mi interior con solo devolverme una pequeña sonrisa asomada en tus labios. Hoy, ahora, no puedo negar que de este amor sí soy culpable, y que las circunstancias atenuantes que pueden salvarme de la marea de fuego que recorre mi ser como el crepúsculo que incendia los lindes del desierto, ya dejaron de tener el efecto de sobrevivencia que se establece antes de fundirse materialmente en la carne y, de forma simbólica, más allá de la perdición de las miradas.
Alejandro Cifuentes-Lucic © Catalejo 2010