Estoy
en tu laberinto
en el corazón silencioso
de tu abrazo
entre la tierra,
el sosiego
y el musgo,
sosteniendo los pilares de piedra
de tu nombre,
que no encierran
otra virtud
que la preciada libertad,
ofensiva verdad
que es
estar
ser
prisionero en tus muros.
Impera la noción
que el tiempo
es una cándida experiencia,
una extraña expresión
de la vida,
que se erige incólume
como una trampa perfecta
que nos seduce
a intentar,
a tantear
a comprender
su naturaleza esquiva,
y no evidenciar
aquellos aspavientos
de su esencia,
los que se dibujan
en los rostros duros
y en las horas,
en las inclemencias
dadas y perdidas,
en las hebras delgadas
de tu recuerdo,
y en aquellas certidumbres
que aquejan
nuestra mirada
y que hacia
el final
nos alejan
de la pureza
de la significancia
de quedarse un segundo más
sosteniendo tu beso
y tus manos suaves
clavadas en mi rostro
ajado,
como si no existiese
ninguna imposición
sobre esta simple acto
que es dejarse
llevar
por la quimera oscura
que dejó tu silueta
al alejarse
sinuosa
en la desnudez
de estas palabras.
Aterido
en la soledad
de tu laberinto,
inicié este periplo
a ciegas,
con mi escasa valentía
a cuestas,
sobre aquel designio
que iluminó tus versos,
aquellos últimos.
Puedo decir
que confié
en tu augurio
y di este salto
al vacío,
bendecido en el mensaje
en clave aquí escondido,
sin comprender
que el tiempo,
para encontrarse
con el destino,
no tiene leyes que lo rijan
o le sirvan
de infortunio.
¿Qué debo ofrendar,
mi amor,
para abandonar este,
tu laberinto?
Despojarme
del lastre
muerto de mi vida,
de la armadura
de mi vanidad,
esa vana creencia
de ser yo la realidad,
que mis palabras
en sí
eran una verdad causal,
que el rigor
de tus ojos
implicaba mi única
oscuridad anhelada,
aquella que se viste
de incierta,
mortal.
Alejandro Cifuentes-Lucic © Catalejo 2012
Libro: Escritos Metalúrgicos / 2012
Fotografía: “Muro”.
Original de Chicho Valentino (España). Usado con permiso del autor. Todos los derechos reservados ©.