Soy un poema inacabado.
Nada más que un manchón de tinta
en una hoja de sal,
inédita
limpia
de corazón neófito,
borrada por mi misma mano.
Somos ese verso inconcluso
que se deja deslizar
en los pliegues
de los embozos
y sube en vuelo
libre
por el lino de los doseles,
hacia el cielo.
Escribo por ti,
escribo sobre aquella esperanza
de la que carezco;
y sobre ti
siento que puedo escribirlo todo
por ti
y por esa ilusión
que se hace promesa
en ti.
Extraño tu voz
extraño tus palabras,
tu luz,
tu sabiduría,
tu impaciencia de vivir.
Eso extraño,
te extraño a ti.
Habla conmigo.
Sálvame del silencio,
porque no le perteneces
a la muerte,
a nadie.
¿Acaso no sabe usted
que el amor destila
en sus palabras,
como un ensalmo
que enmudece
todos los miedos?
No hay dioses ni epitafios
o poetas o numen
que irradien tal luz
en sus palabras
como tú lo haces
sin siquiera hablar,
como aquellos amores eternos
que no cierran los ojos.
En tus palabras,
la poesía no tiene más límites
que el propio universo.
Si hablas,
nunca habrá silencio,
contigo.
Para mí,
vives en el crepúsculo
entre las sombras nuevas
que van transformando la oscuridad
en puntos luminosos como estrellas
que fraguan ardor.
Y para nosotros,
dejemos que el sol y la luna
se besen en ese fuego prometeico
que deja sin respiración
y quema los sentidos
en una marejada.
Eres mi estrella
de un cielo infinito.
Eres hielo y fuego
al mismo tiempo,
la metáfora perfecta
de la bondad
y la perversión.
Soy un poema inacabado.
Solo una mancha de tinta,
sangrante,
en una hoja de sal;
sin ti no hay poesía.
Alejandro Cifuentes-Lucic © Catalejo 2014