Si muriera mañana,
mi testimonio,
mi testamento hablaría de ti.
No es que desee bailar suave y diligente con la caprichosa muerte,
no ahora, no mañana, no sé cuán pronto.
Si ella se apresura,
rígida y urgida en amortizar alguna vieja deuda,
conmigo se llevará,
en retribución,
solo el par de monedas que yacen frías sobre mis ojos.
A la luz de toda la incertidumbre sobre el final de esta historia,
en la cotidiana descomposición de estos tiempos aciagos e inconstantes,
me parece una preclara decisión,
un acto visionario,
un catalejo de futuro,
un espléndido presagio mantener mis papeles en ordenada y eficiente regla
-para una vida mejor,
para pensar en el futuro, que más da-,
precisión necesaria e ineludible que exige,
antes de ser amortajado,
de quedar completamente amoratado en un estrecho cuarto de penumbras perpetuas,
tenga el amparo de la voluntad de mis palabras,
las últimas,
en esta yacija de tinta que complementa mi sepulcro y mi epitafio.
Tengo claro que la suerte del primero no es del segundo,
por eso me apresuro en depositar en este,
mi seguro de muerte,
mi legado extraviado en tanta vuelta y tanta vida,
enredado en tormentas, azares, tropelías, amores, desamores
y, de vez en cuando,
en algo de sosiego.
En este instante,
mi física, mi sonrisa,
mis palabras hablan de muchas cosas,
pero no de miedo.
Dejo todo, no me llevo nada.
Os dejo la perplejidad.
Voluntades para el día de mi muerte, en pleno uso de mis facultades mentales:
- Mi ataúd debe permanecer sellado: recuérdenme por mi sonrisa, no por mi palidez.
- No olviden colocar dos sendas monedas sobre mis ojos, para el barquero.
- Quiero que me entierren mis hijos, como debe ser.
- Quiero que mi tumba se ubique entre mar y desierto, tal como viví.
- Todos deben concurrir vestidos de colores. Las personas de luto, deberán ser sacadas a la fuerza, por la fuerza, con la fuerza.
- Podrá haber discursos hasta caernos todos muertos: a mi no me importará.
- Habrá un lugar especial para las mujeres que me amaron. Un pelotón de fuerzas especiales las separarán de las otras mujeres.
- Maridos celosos, agrupados por países, podrán rendirme honores a su manera, tristes y cabizbajos y sonrientes.
- No quiero que llores.
- Por cada condolencia no-sincera, mis descendientes recibirán 1.000 dólares.
- Quiero ser enterrado con un fiscal a mi pies: ese mismo.
- Cuando el cajón descienda a mi ultima morada, quiero que la concurrencia escuche «Nessum Dorma» (la versión de Plácido Domingo), «Ángel para un final», por Los Bunkers, «In my life» de The Beatles, y «The Misery» de Sonata Arctica.
- Me gustaría que desplegaran banderas chilenas, de la Universidad de Chile, del No, y de mis otras patrias. También volantines y cenefas, cometas y girasoles.
- Quiero que la lápida diga: «Aquí yace el Príncipe del Desierto: no habrá nadie como tú».
- Me gustan las flores simples. De hecho me encantan las petunias silvestres.
- Y que rodeen la tumba con pequeñas piedras, para que mi alma descanse en un jardín sereno, como los que yo he sembrado.
Alejandro Cifuentes-Lucic © Catalejo 2010
Fotografía: «Liquid clouds» – Original by Marijana Lucic (Kikinda, Serbia). Artwork used with permission.