¿Qué harás el día del fin del mundo?

Recuerdo que de tus ojos bajé la mirada al anillo oscuro de tus senos,
y deslicé mis manos por sobre tu piel con la sinuosidad de un tigre,
dejando en ella una tonalidad salvaje de rayas negras marcando de amarillo
el rubor de tu cuerpo, con un tatuaje que no será para siempre,
pero que palpitará indeleble mientras así me recuerdes.

Mirándote en profundidad,
me volví azul y miel en el reflejo vivaz de tus ojos claros,
y supe de tu suave terciopelo rojo y violeta,
desembarazado, dilatándose
por sobre las palpitaciones erectas de mis manos que de sí,
ardiendo,
van perdiéndose en las serenas profundidades de tu cuerpo y de tu alma,
con la prominente esperanza de yacer en la paz que olvida la vana
tentación de tenerte un día más,
hoy cuando ya eres mía, mañana cuando ya me olvides.

Te besé envolviéndote con la textura del amor que devora,
en la inconclusa serenidad de perderse entre los labios
y las comisuras que tu sonrisa,
y va detallando una abierta invitación a empaparnos de nosotros mismos:
recuerdo que te besé en negro y en lo prohibido,
amén las incitaciones y los quejidos,
te besé hasta erizar de carmesí mi lengua en las tuyas,
una y otra vez,
te besé hasta que gritaste con el estertor del placer,
el término impreciso que es enamorarse de los sentidos
y las humedades,
con esa trivial convicción que las palabras declaman escondidas de rubor,
cuando la verdad es que hablan de sexo y de amores febriles.

Me convierto en el impacto que brota hacia tu interior
con la fuerza impropia que mi decoro va dejando, perplejo,
en la muda sucesión de tus abrazos,
e intuyo en tu mirada el temor de mañana
cuando ya no sepas de este hambriento apetito olvidándose de todo,
terminando con tu deseo atado a un árbol de soledad,
torturándote con el secreto de mi nombre que intenta huir de tus labios
cada vez que vuelves a sentir ese viejo amor,
el delicado velo de tu rendición,
al cerrar los ojos en pos de mi rostro.

Y sí, yo caería, por ti, aún el fin del mundo.

—–

Alejandro Cifuentes-Lucic © Catalejo 2011
Incursiones. Del amor y otras mecánicas
Segundo libro. 2010

Fotografía: “Perpetuidad” – Original de Adriana Reid (México). Usado con permiso de la autora. Todos los derechos reservados ©.

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8 respuestas a “¿Qué harás el día del fin del mundo?”

  1. TU VOZ

    Recuerdo que de tus ojos bajé la mirada al anillo oscuro de tus senos,
    y deslicé mis manos por sobre tu piel con la sinuosidad de un tigre,
    dejando en ella una tonalidad salvaje de rayas negras marcando de amarillo
    el rubor de tu cuerpo, con un tatuaje que no será para siempre,
    pero que palpitará indeleble mientras así me recuerdes.

    ————-

    MI VOZ

    Te recuerdo sí, era como si tus manos bordearan un abismo, te dedicaste despacio, tranquilo, no había prisa, con la convicción total que mis relieves eran tu terreno, “piel de durazno” susurraste. No tuve miedo, estaba vencida, de tanto correr huyendo de tu deseo, termine envuelta en una trampa feroz, donde me convertiste en tu hembra más fiera. Ahora mi piel no responde a encantos de la luna, y menos a voces agudas sin sustento; sólo vibra ante tu rugido perverso, aquel que levantó mi cuerpo como si no pesara, como si te debiera hasta mis huesos. Sí, aún palpito en este salvaje recuerdo.

    Laberinto a dos voces: tu trigre, yo gacela

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  2. Tú dices:
    «Ahora con saña remarcas cada huella de lo que fueron tus besos,
    sin ser yo la culpable del olvido ni del recuerdo,
    tan sólo pedía tus ojos y tu alma,
    pero recibía tus manos y tu frío.
    ¿Por qué no incendiarte conmigo?»

    Yo te digo:
    Tengo besos que se volvieron amuletos desde que los dejaste en mi pecho,
    se han vuelto mi memoria presente,
    porque cuando esta ausente de nuevo te beso,
    he dilatado mis pupilas hasta que me arranques la vida,
    no entendiste que no te daba la espalda, sólo pedía que me tomaras por asalto.
    Aqui estoy hecha cenizas ardidas, carboncillo puro de nuestros atardeceres.

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