Primero

Vivo entre dos fantasmas aherrojados en la entonación de mis palabras,
enamorados del frenesí de la soledad que evoca el deseo de alguien quien no soy,
abrazados en la inercia de este espejismo que simboliza el prodigio de amar sin amor,
abrasados por la cruda tristeza impregnada en el párrafo hondo de una verdad que miro a hurtadillas,
escondido, al asecho como una garra de una voracidad ineludible,
inalterable, que no me atrevo a desastillar para seguir viviendo.

Segundo

Sin metáforas equívocas, tú que puedes leer el subtexto de mis palabras,
no te sorprendas de encontrar mi propia piel ensortijándose en cada molécula de tu cuerpo,
a raudales quemando los rincones que el desafecto convirtió en un campo de hielo,
dejando un mensaje secreto que sólo los amantes pueden leer:
si necesitas comer mi carne, beber el trago negro de mi sangre, toma todo de este cáliz,
pero no niegues que por las noches sonrojo tus labios, liberándolos,
en aquellos rincones desnudos y destemplados en que el arrojo de la seducción
puede más que el simple temor a la sinceridad de la muerte.

Tercero

Soy feliz de amarte, y el primero en ofrendar tu partida
como acto de libertad.
Me declaro afortunado de mi existencia.
Soy un hombre privilegiado de vivir respirando por sobre la antigua tragedia que,
toda sublime,
supera el quiebre distintivo de nuestras alas
pereciendo en la metamorfosis del sueño.

Alejandro Cifuentes-Lucic © Catalejo 2010

Photograph: “Dulce de algodón” – Original by Lorena Cejudo (Riviera Maya, México). Artwork used with permission.


5 respuestas a “Raudales”

  1. Tu poesía… es un sortilegio mentiéndose por mis ojos. Me va invadiendo un sopor que me hace sentir que no estoy realmente despierta, que vivo continuamente un sueño lleno de vapores de colores que me hacen percibir el amor, de todos los modos posibles. Tus palabras parecen ir saliendo desde el fondo de algún cofre mágico y se van armando en redes que me aprisionan… Suerte de privilegiados es leerte.

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  2. Esto ya se ha vuelto una tradición en mí… Y sólo te leo cuando estoy sola, en adagio, disfrutando de un café o una copa de vino tinto. Antes de eso te miro de lejos sin leerte como ambrosía prometida, como un tesoro íntimo muy mío. Tus palabras son poesía del alma, tus vivencias mi saber y tú, mi gran amigo.

    Te miro de lejos con alegría profunda y deseo que el sol siga acompañando cada uno de tus valientes pasos.

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