1
Me imagino que esa noche en la gran cena del almirantazgo,
te has enterado por boca del gobernador,
que esos rufianes que se dicen caballeros y oficiales
-malditos bucaneros-,
han hundido mi barco.
Te imagino muy pálida al escuchar
los detalles del cruento combate
entre mi barco en solitario
y toda su flota,
y el inventario demencial de sangre,
pólvora, muerte y bravatas de justicia
y valor denodado,
sobre todo detrás de la línea de hombros
de los primeros combatientes.
Claro,
los testigos del otro bando
-el nuestro-
yacen todos bien muertos
y ajados en el fondo del mar
y yo, su capitán,
a estas alturas del relato,
ya me habré convertido en un despojo amortajado
y macilento en la garganta
de algún gran escualo azul.
2
Quiero que sepas
que me he batido noble y fieramente
-hasta el final-
como designio trágico y triste
del día definido para morir,
desde que inicié esta profesión
y terminaste por azar cruzándote
en mi destino,
reiniciándolo:
como sé que para ti nada
es casual,
agrego a esta bitácora del muerto
que mi último aliento antes de expirar,
con la vista fija en la espada,
ha volado raudo hacia ti.
3
Seguramente,
aquella noche en casa del gobernador
-gran bufón y encomendero de los atropellos,
los mayores vapuleos y
y las más despiadadas granjerías del continente-,
estarías furiosa en tu velo interior
(te veo vestida de estricta y magnífica gala
en la presente circunstancia,
con un imponente traje blanco de lino bordado
y encajes de tules dorados:
encarnas la representación de la belleza cortesana,
desvaída, aristócrata,
musa tributación que todo hombre aspira
a tener en su vida,
atada a su lado,
cazada,
aún de mero y depresivo adorno),
al escuchar las risas
que provocó el relato insolente
de tal aventura de los barcos de guerra del almirantazgo
contra los crueles y feroces corsarios
navegando en el bergantín Tus Ojos,
aquellos que yo represento,
que protejo,
que guío,
los peores enemigos de la corona,
de la hermandad de estas costas
y de la civilización que se erige
a cuestas en estas latitudes
en las que,
era el capitán más temido y admirado,
el más valiente.
4
Sé que desde las sombras del muelle,
tras la espuma salada
y la marea penitente que azota los fortines,
mirabas el horizonte
adivinando el surco
que dejaba mi barco en el mar.
5
No importa:
te tuve en mis brazos
cuando era imposible tan solo soñarlo:
hoy,
perdido en esta zozobra perenne,
solo necesito leer las estrellas
para navegar hacia ti.
6
¿Cómo se mide la reciprocidad del amor?
Nadie puede hacerlo.
Todo depende de cómo se revuelven
las entrañas cuando al caminar
el uno hacia el otro,
nos vemos cara a cara.
7
Tus ojos
son la peor muerte.
8
Y yo encarno
tu zozobra.
Alejandro Cifuentes-Lucic © Catalejo 2010
—
Fotografía: «Desnudo», de Criag Mullins.
Una respuesta a “Zozobras”
Me encanta tu entrada y, por supuesto, el desnudo de Criag Mullins.
Saludos.
Elssa Ana
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